
Sex and the city es un serie televisiva apreciada universalmente. Apareció en la televisión entre el 31 de mayo de 1998 y el 22 de febrero del 2004 en la cadena HBO. Su idea original está inspirada de la crónica que mantenía la periodista Candace Bushnell en The New York Observer, y sobre todo, a partir de su recopilación publicada en 1997, la cual lleva el mismo título que la serie y se ha convertido en un fenómeno internacional en estos inicios del siglo XXI. Sin embargo, lamentablemente casi nadie conoce una obra que, por su contemporaneidad resulta su parienta, y que fue creada por el romano Petronio, en tiempos del emperador Nerón (quien reina del año 54 al 68 o sea en el siglo I d.n.e.): la célebre novela incompleta Satyricon.
En cuanto a Sex and the city, el original “es mucho más sombrío y cínico que la serie televisiva, la cual entre otras cosas, ha suprimido las alusiones a las drogas duras” según el artículo correspondiente en Wikipedia, en francés; algo que ya yo había sospechado, y que me lo confirma esta fuente.
A pesar de todo, la serie me gusta por su lenguaje desenvuelto y descarado en ocasiones. Por su alegría de vivir y su tratamiento del sexo, con toda la comicidad que puede tener el tema (véase por ejemplo, el propio Satyricon).
Carrie, la protagonista, me recuerda mi tía materna que se llama Dulce María. ¡Qué moderna mi tía! Y qué buena persona. Libre pero nunca vacía de sentido. Mi tía amaba los hombres y noviaba con ellos, como Carrie. Y luego, hacía reflexiones sobre el sexo masculino que iban desde lo más filosófico, hasta lo más práctico --si algo “práctico” tiene el hablar y el pensar en el sexo... ja, ja, ja, y por supuesto, hay algo más que eso.
La Nueva York del siglo XXI no tiene nada de nuevo, ya que La Habana de mis tiempos de niño y de adolescente, ofrecía situaciones parecidas. La revolución cubana de 1959, ponía la mujer cubana frente a un dilema: ser libre según se decía en la propaganda, ser libre como el hombre, ser su compañera en la vida y disfrutar de una libertad sexual pareja a la del hombre.
Mentira, pura mentira, mi tía sabía que podía jugar con los hombres, pero no con su propia “reputación a la española”. Finalmente, ella se casó con mi tío Beletran... y se amaron intensamente, tanto que se odiaron para toda la vida, cuando descubrieron que no podían estar juntos porque en suma... se parecían enormemente. Quise mucho a mi tío, su marido, era muy simpático y muy “familiar”. Un día, se vio prohibir la entrada al hospital donde su hermano que había sufrido un accidente grave y operado del vientre, se encontraba. El pobre hermano vio reabrirse su herida de tanto reír, a causa de los cuentos “beletranescos”. ¡Pero le habían dicho a Beletran que lo animara, ya que parecía deprimido! ¡Y eso fue lo que hizo!
Mi tía paseaba por La Habana sin cuidado especial, su juventud y su belleza. Y terminó amando un hombre casado, que nosotros los gemelos llamábamos “El conejo”, no porque fuera feo o de dientes prominentes, sino porque era muy delgado y tenía una bonita dentadura que sobresalía en su cara.
Recuerdo un día en que viajaba en un bus, y vi una hermosa muchacha vestida con esos vestidos super-modernos de los 70, cuyo diseño consistía en estar lleno de círculos huecos que a fuerza de estar presentes, no conseguían tapar casi nada de su anatomía, o sea que se paseaba casi desnuda. ¡Pero qué belleza, mi madre! ¡Y ella lo sabía!
Sex and the city me conmueve por su vejez y su modernidad. Por una parte, hay escenas osadas para el aire del tiempo --si no contáramos con que 25 siglos atrás, en la cerámica de las figuras rojas y negras del mundo clásico griego, las hay tal vez hasta más atrevidas-- por otra, una suerte de censura, llega en los momentos en que las cosas comienzan a hacerse complejas, para recordarnos que estamos frente a una comedia. Es el caso en el Satyricon en que el viejo intelectual pide la ayuda de uno de sus amigos, que para hacerlo, debe estar escondido debajo de la cama, para mover su cuerpo “inválido” en el movimiento de vaivén del amor. La escena es cómica y nos hace olvidar que es un fraude montado para timar toda una pequeña ciudad. En fin de cuentas, Sex and the city es un recuento “moralista” pero amable, de la Nueva York de hoy.
Carrie escribe su versión de periodista de la Roma de hoy, como Petronio lo hizo en época de Nerón. Arbitro de elegancia (como Petronio en su tiempo), y del sexo o de sus conductas en femenino, Carrie intenta describir como personaje, lo que la escritora Candace Bushnell (su creadora), publica en varias crónicas en el New York Observer. En realidad, la interpretación de Carrie por Sarah Jessica Parker, da una especie de candidez a esa protagonista ajena al cinismo de los protagonistas masculinos del Satyricon petroniano. Y no hay azar, si se trata de cuatro protagonistas mujeres en Sex and the city. La nuestra, es la época de la revancha de la mujer. Sin amarguras ni rencor, la concepción de este-estos cuatro personajes mujeres, llega al siglo XXI para llenar un vacío que el ser masculino no supo llenar en dos milenios de cultura occidental.
Le debemos a un hombre: San Agustín, una torturada visión del sexo humano, que tuvo repercusiones para dos milenios. Sin embargo para practicar el sexo heterosexual, hace falta ser dos. Y en buen español “tanta culpa tiene el que mata la vaca, como el que le retiene la pata”. Como por pura coincidencia, el placer sexual fue condenado como un crimen de “lesa religio”, considerado como pecado original que se atribuye a la mujer (a Eva). ¿Y qué hay en el caso de Adán?
No hace falta caer en el libertinaje (no hablo de la libertad) sexual para afirmar que es necesario liberar de esos tormentos, la visión humana de la felicidad. La vida puede parecernos cruel, porque conocemos muy poco de ella todavía. ¿Por qué no buscar en la dimensión intima, un conocimiento placentero del universo? Cuerpo y mente finalmente unidos, después de siglos de dicotomía. Aceptación para poder revolucionar el mundo físico, revolución física para aceptar que el ser humano es el cosmos.
El sexo es parte básica de nuestra personalidad y nuestra forma de pensar, mientras que nuestra personalidad lanzada hacia el mundo, no solamente lo expresa, sino que se expresa a través de él. La belleza de la vida, si es que es ella misma estética, debe estar en él. Y estoy de acuerdo con Carrie y sus tres amigas. No por ser mujeres solamente, sino por ser seres humanos cuya feminidad es la perfecta mitad y síntesis de mi masculinidad. Existo como hombre, porque ellas existen, las mujeres.
¡Madres, hermanas, tías, novias, esposas, amigas... mujeres del planeta, no olviden el recordarnos a los hombres, que el futuro está presente en el sexo que practicamos a cada segundo!
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