Se trata de un tipo de literatura llamada “de viajes” que al estilo de la que hace Champollion el Joven con sus Cartas desde Egipto (1828), estaba muy de moda en el siglo XIX y que sirvió como veremos a continuación como un formidable instrumento --todavía no sobrepasado— para hacer justicia con los conocimientos científicos y divulgarlos de una forma verdaderamente masiva. De los dos ejemplos es más explosivamente acogido por el público fue indudablemente El viaje de un naturalista alrededor del mundo.
Leer a Darwin (1809-1882) es como leer un gran novelista de nuestro tiempo, con la diferencia que él hacía la novela de la epopeya de la evolución a través del recuento de su viaje en tierras americanas. Para mi mente infante, los animales vivos o fósiles descritos por el científico inglés desfilaban en plenas actitudes de existencia. Nacían, comían, se reproducían.
Pero lo que revolucionó la Historia, con mayúscula y mi historia, con minúscula, fue su libro definitivo El origen de las especies (1859). Una obra cuya tesis esencial permanece sin discusión en la definición moderna del ser humano. Soy darwinista y creo que cuando un animal pudo descubrirse a sí mismo como animal, y se alejó del resto de los animales para comenzar a interrogarse cuál era su identidad y su función en el universo, en lo que llamamos conciencia, entonces se convirtió en hombre. Y ese camino emprendido solamente es el principio del magnífico futuro que le espera...
Darwin lo comprendió y señaló sabiamente hacia el problema más agudamente resentido por la Humanidad después de su existencia en el planeta Tierra... Las leyes de la selección natural, de la lucha por la existencia, de la supervivencia del más apto en la naturaleza llevaron a un resultado: la aparición del Homo sapiens, sin dudas pariente de todos los animales desde la más humilde ameba, hasta del chimpancé más inteligente. Y a mucha honra, porque la naturaleza dijo su última palabra, dando la razón a todas las culturas y civilizaciones que intentan e intentaron convivir en armonía con ella.
El publicista Darwin, el ecologista Darwin, el humanista y filósofo Charles Darwin abrió la senda de una nueva ciencia que se llama Bioética, probablemente sin sospecharlo. Y su genio lo actualiza constantemente:
Toda la historia del mundo que nos es conocida, aunque de una duración casi inconmensurable para nosotros, solo aparecerá como un simple fragmento, comparada a las edades que han transcurrido después que fue creada la primera criatura, ancestro de innumerables descendientes, que viven y que mueren.
Yo entreveo en un futuro alejado de las rutas ya abiertas, investigaciones todavía más importantes. La psicología estará sólidamente establecida sobre una nueva base; es decir sobre la adquisición necesariamente gradual de todas las facultades y de todas las aptitudes mentales lo cual arrojará una viva luz sobre el origen del hombre y sobre su historia. (El origen de las especies, 1859)
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