
¿Y si estuviera viva, quiero decir físicamente? ¿Y si este tierno e intenso personaje todavía me mostrara cuánto me quería? ¿Y si ella hubiera alcanzado el siglo de existencia?
Hija de Pura Sosa Méndez (Congojas, Cienfuegos, Cuba, aprox. 1885-¿?, Cuba, ¿?), mi bisabuela, y de Jorge Juan Monzón Monzón (Manacas, Las Villas, Cuba, aprox. 1875-¿?, Cuba, ¿?), mi bisabuelo, ella se llamó Delia, que quiere decir, en griego clásico: originario de la isla de Delos; los divinos Diana y Apolo nacieron allí; pero más que eso, quisiera pensar que su nombre significa iluminada, porque Apolo era el Sol (Apolo Helios) y Diana, la Luna (Diana Selene). El uno emitía la luz, la otra, la reflejaba. Nada de eso se sabía en la Antigüedad, y sin embargo, lo esencial es que ambos cuerpos celestes son luminosos.
Su primer nombre: Áurea, es latino y significa dorada. De manera que el oro y la luz resumieron su vida.
Nunca he conocido ser más suave y cariñoso que ella. Siendo niño, su pequeño apartamento de la calle Fernandina, en La Habana, significaba refugio y consuelo. Cuando más tarde crecí, volver a visitarla era saber que me recibiría siempre con algo agradable de comer, de beber o simplemente, espiritual.
Yo creo que es a ella que debo la inmensa curiosidad que siento por el mundo. Mi Delia me contaba historias; me daba noticias; y me enseñaba terminando siempre una verdad con un poema de clásicos españoles y cubanos. Su memoria --que desgraciadamente, no heredé-- la hacía encontrar en un verso, la lección de la frase y de una vida.
Al final de su existencia, me la encontré un día, siguiendo en la televisión cubana, un encuentro deportivo de temporada, de béisbol. Asombrado quise saber el por qué ella era una amateur y me respondió con todo un conocimiento de cifras y promedios, de los mejores jugadores y de los equipos. Una curiosidad insaciable era pues, algo que siempre adoré en mi abuela.
A ella le debo mi placer por la lectura y el saber leer todo tipo de documento, lo cual extendí, a las personas más tarde, aunque pienso que Delia también lo hacía. Saber leer en un ser humano es un acto de aprendizaje vital.
Qué pudiera decir de una persona que, en un acto de humildad infinita, contaba cómo había sido salvada de la muerte al nacer, sietemesina, alimentada con leche de cabra (¿la misma cabra Amaltea que alimentó Zeus?) y depositada en una cajita de zapatos, rodeada de algodón, porque a causa de su tamaño de pulgarcita, temían que muriera de frío o enredada entre sábanas y almohadas. Una tía materna, hizo de incubadora (que en la época no existían) cobijándola entre sus pechos abundantes para ofrecerle el calor necesario.
Mi abuela se casó a los 23 en Cartagena, el 21 de octubre de 1933, y según mi madre, después de varios años de noviazgo con mi abuelo Jorge Gerardo Pérez López. Ella tuvo seis hijos, entre ellos mi madre. La mayor, Livia Yolanda (1935), mi madre Dalia (1936-1996), Arabella (1937), Gerardo (1940-1976), Argelia (1942) y Dulce María (1944).
De su época de amores, mi abuela me mostraba unas cartas postales que le enviaba Jorge, montadas sobre hojas de álamo que al ser secadas, se convertían en verdaderos encajes naturales. ¡Qué hermosa forma de declarar el amor! Y sobre todo, al cabo de tanto tiempo qué bien conservadas. Hoy me pregunto si existen todavía.
Vivían ambos Delia y Jorge, mis abuelos maternos, en un pueblo de la parte central de Cuba, de ilustre y griego nombre: Rodas. Allí poseían una panadería-dulcería y ese es el ambiente de infancia que mi madre me describía. Delia estaba muy a menudo levantada en la noche para ayudar a su esposo a dirigir el equipo de dulceros, panaderos y obreros, pues eran muy demandados. ¿No sería acaso, porque sus dulces y panes eran muy buenos? ¿Porque mis abuelos eran generosos con los vecinos pobres?
Su esposo Jorge Gerardo Pérez López (23 de abril de 1903, Rodas, Cuba-Octubre de 1952, Cienfuegos, Cuba) fue durante muchos años el alcalde de Rodas y el Gran Maestro de la Logia de Masones. Mi abuela me contaba cómo la información nacional y del mundo le llegaba en forma de innúmeras revistas y periódicos. Fuente igualmente de noticias para el pequeño vecindario que era en la época, Rodas, aunque el acceso a la Carretera Central (hoy diríamos la Autopista Nacional) y los ferrocarriles estaba garantizado directamente.
La cercanía de las ciudades de Santa Clara y de Cienfuegos, hizo que mi abuelo adquiriera terrenos urbanos en la primera. Lamentablemente su muerte en octubre de 1952, significó la ruina de la familia y la mudanza primero para el barrio del Cerro en junio de 1954, y después, en junio de 1957 para el barrio de Lawton, entonces un poco las afueras de La Habana, capital de Cuba donde la familia adquirió un negocio de quincallería, que entonces dirigió mi madre conjuntamente con mi abuela.
En 1959, la revolución cubana cambió todo. La familia se separó aunque vivieron a partir de ese momento relativamente cerca cada uno de ellos. Mi abuela Delia vendió la quincalla de Lawton. Mi tía Yolanda se casó con mi tío Lázaro González, el mismo que en mayo de 1962 se convirtiera en mi padrino de bautismo cristiano y se establecieron ambos en la calle Cruz del Padre, del Cerro. Mi madre Dalia, mi hermano mayor Carlos Rafael, nacido en 1956, mi padre Rafael se habían mudado para un segundo piso en la calle Fernandina No. 159 en Centro Habana. Mi abuela con mis tías Arabella, Argelia y Dulce María y Gerardo su único hijo varón, también pasaron a vivir en la misma dirección, pero en un apartamento de la planta baja del mismo edificio.
Allí nacimos mi gemelo Jorge Gerardo y yo, Alejandro, en Fernandina No. 159 entre la calle Monte y la calle Omoa, del municipio capitalino de Centro Habana. Allí la conocí, con sus 55 (a mis 3 años, en 1965), hiperkinética, es decir, corriendo y trabajando en los quehaceres domésticos y en las compras diarias de alimentos y cosas necesarias para la vida cotidiana.
Encerrada en un universo casero, no podía suponer yo que mi Delia se interesara por cuanto acontecimiento científico y cultural hubiera en el mundo. Si mis tías Argelia y Bella se ocuparon bien pronto de sus sobrinitos gemelos, Gerardo y Alejandro, lo hicieron gracias a una educación de libros que existía en toda mi familia materna. Delia leía constantemente y me citaba en la conversación versos de la literatura de los Siglos de Oro española y cubana:
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado....
(Francisco de Quevedo. A una nariz)
O me llevaba a la época de los románticos:
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
(José Zorrilla y Moral. Don Juan Tenorio)
Que baña el fértil Cornito
A la sombra de un caimito
Tengo mi rústico hogar.
Esbelto como un pilar
Domina montes y llanos,
El viento arruya los guanos
De su bien hecha cobija,
Y esta habitación es hija
Del ingenio y de mis manos.
(Juan Cristóbal Nápoles Fajardo o El Cucalambé. Mi hogar)
Sin Delia, yo no hubiera conocido la historia de la Tierra y de los emperadores romanos. No hubiera nada significado viajar a la Luna en 1969, y la palabra sputnik como sinónimo de satélite. El origen de la vida y los grandes animales que un día en la evolución, se llamaron dinosaurios. Y el misterio de la muerte en la eternidad que venía de los descubrimientos de las momias egipcias con las noticias de Bohemia, una revista cultural. Tutankamón, el triste y joven Faraón que no terminó su obra, porque apenas la comenzó. Y otras tantas cosas que todavía me hacen pensar en Áurea Delia Monzón Sosa.
Mi abuelita Delia murió el 9 de mayo de 1988... Que descanse en paz: requiescat in pace. Y en lo más profundo de lo que soy --gracias a ella-- quisiera decirle en fragmento de una obra mía, Poema del espejo:
tú no eres; estás
y no estarás;
eres verdades
que pasan
de un lado al otro.
Amalia Cnovas Rodrguez, Posté le mardi 08 janvier 2019 10:23
Tío que bueno es conocer sobre mi familia, de donde vengo, me sienro muy orgullosa de pertencer a esta familia. Gracias!